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LA CIUDAD DEL BRONCE

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José López Bermúdez

Capitán: estamos en tu clara ciudad;
esta bella Valladolid que se abrazó a tu nombre
como una montaña de cantera rosa.
Un secreto amor, una viva emoción sacude
tu ser puro en sus atmósferas radiosas.
Una lluvia de lágrimas desciende
a lavar tu corazón; un río de músicas
baja de tus campanas natales; y deja
en tus labios el agua de su oración pacífica.

Señor: al cruzar por tu provincia amada;
piedra a piedra y alma dentro la construyes;
para tí resucita el resplandor callado
de la pétrea rosa de sus balaustradas.

Tu vieja Valladolid conserva intacta
su gracia inerme, su humildad piadosa;
y ves más alto el vuelo de su alma
y más ancha la luz de sus orillas.

En esta remansada paz, te alegras,
al ver que no obstante haber crecido
la colmena inmensa de su arquitectura,
Morelia tiene un sol y un cielo a tu medida.

Frente al antiguo callejón de Celio
pasas turbado; y atisbas por el vidrio
del hogar que, a tientas, tu mano edificara
como oasis de amor para los tuyos
y como humilde y provinciana fortaleza.

Rozas en silencio, frente al sitio
que fuera teatro doloroso de fusilamientos;
ahí donde la infamia levantó el cadalso
del más puro de tus lugartenientes;
muerto, por la espalda, gritando un miserere.

Un opaco y tenaz redoble de tambores
trae a tus ojos al fiero pelotón realista;
y el fuego de tus diez soldados,
abre, ante ti, diez llagas de agonía,
¡ay! en su espalda, diez flores sangrientas.

Rezas por él. Y con unción bendices,
los muros de la ciudad sin culpa.

Capitán: como el día en que Morelia
tomó tu nombre y se confió en tus brazos,

¡Oh padre de Morelos, tú abrázate a su pueblo!

De: “Canto a Morelos”, Subsecretaría de Asuntos Culturales, México, 1966.

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