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«El Padrino siempre El Padrino»

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*** Pasan los años y cada vez parece que es mejor.

 

Verla es renovar el amor a las grandes, grandes películas. Es encontrar el por què una cinta se convierte en un clásico. Todo está donde debe estar, no hay un punto ni una coma de más. La narrativa cinematográfica, el cómo está contada por medio de guión, cámara, montaje, arte, vestuario, edición, maquillaje y peluquería, locaciones que recrean época, actuaciones más allá de lo notable, dirección que es un modelo de organización del material a contar, es deslumbrante, sencillamente deslumbrante. La adaptación a la novela de Mario Puzzo es precisa, el mismo autor y el gran director Francis Ford Coppola elaboraron el guión. Una historia de familias mafiosas italianas en el inolvidable Nueva York. Grandes momentos donde se funda la originalidad para dejar como huella perenne la presencia del arte. Cada secuencia es un todo. Un pedazo de vida. La fotografía (Gordon Willis) del mundo familiar Corleone es un universo de detalles que nos hace ver caracteres, modos de pensar y actuar, sentimientos, negocios, vulnerabilidades. Un microcosmos de familia donde el espectador ve la universalidad de las familias. Y haciendo mención a Gordon Willis y su juego pictórico en la fotografía de esta película, sus claro oscuros son reminiscencias de escenas de cuadros de Rembrandt. Era conocido Willis en el ambiente cinematográfico con el mote de: «El príncipe de las tinieblas». Las actuaciones son un gozo. Brando es Dios en su caracterización. Su ritmo, tiempo, su tren y exposición de pensamientos lo revelan, sus emociones ante la cámara lo llevan a transmitir un más allá. Brando significa al personaje en su voz, en sus acciones, rasgos psicofísicos que exponen una axiología del mismo. Una lección contra esa tendencia absurda y anodina llamada «no Acting». Pacino, presenta un mundo en sus silencios. La cámara retrata sus pensamientos. Su secuencia decisiva en el restaurant italiano para ejecutar al policía( Mc Cluskey) y al gangster( Sollozzo), opositor al clan Corleone, es una clase precisa de actuación. James Caan, soberbio en su «Sony», sus actos violentos, su animalidad, llevan una furia matizada de encanto personal. Robert Duvall es un consejero maravilloso. Gran sutileza ante la cámara, un accionar de tren de pensamiento que revela un carácter, una conducta. John Cazale y ese » Fredo» en ambiguedad. Gran construcción de personaje hecha por un gran actor. Su rostro es ya en si mismo toda una historia. Al escribir lo presente, escucho los acordes de ensueño del gran Nino Rotta. Esa música que es un murmullo de Sicilia, del mundo negro newyorkino, de la nostalgia del emigrante italiano Vito Corleone. Ese que convirtió al sueño americano en una pistola caliente de control para dar todo a la familia.
Pasarán los años, y «El Padrino», será una elegida por los cinèfilos que adoran el cine bien contado, con arte, con talento, con el tiempo y recreación que simula la vida. Con actuaciones que hacen sentir la existencia. Con directores que han puesto cada elemento en su lugar para hacer de la ficción una realidad que conversa con el espectador. Pensar que hace poco leí que Coppola se había quedado rezagado para los nuevos lenguajes cinematográficos. En el cine hay directores que dejan lecciones de verdad, de vida, de talento, han dicho tanto que es ocioso pedir se acomoden a los tiempos frenéticos del cine actual. Un Cine de espectacularidad pero de poca sustancia. Por supuesto no en todos los casos. Existen grandes y profundos realizadores. Coppola responde a ese cine en que la imagen revelaba los grandes y detallados aconteceres de la vida. Un cine de recreación de la existencia. Con un punto de vista. Un cine que le llegó a la gente hasta lo más profundo de sus fantasías.
Brando, Pacino, Caan, Cazale, Duvall, Shire, Keaton, Coppola, Willis, Puzzo, Rotta, me hacen sentir el canto enamorado de un vals siciliano de un cine donde uno vivía la emoción de la vida. Ese respirar que es reflejado en el sortilegio mágico de una pantalla.» The Godfather», » El Padrino, siempre El Padrino».

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan.

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