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Daniels, el embajador norteamericano que probó el mejor café del mundo en su viaje a Uruapan en 1935

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“La patita de conejo» que siempre llevaba fue mue efectiva (…) comenzó a darme resultados desde el primer año que llegué a México. Di con un plan original y osado del que me serví hasta que salí de ese país.

Durante casi una década, Joseph Daniels fue el representante diplomático de los Estados Unidos de Norteamérica en nuestro país, el presidente Roosevelt lo había nombrado embajador en 1933.
Roosevelt buscaba una nueva forma de hacer política exterior, una política “del buen vecino” que por sobre todo se respetara a sí mismo y respetara los derechos de los demás; el vecino debe respetar sus obligaciones y respetar la inviolabilidad de sus acuerdos en y con un mundo de vecinos, decía.
Con esta idea diplomática de avanzada arrancaba su labor bilateral el embajador Daniels, siendo los años de 1933 a 1941 el tiempo en el que el norteamericano, por instrucciones del gobierno estadunidense se ocupara de la vinculación diplomática con nuestra nación.
En resumen, quien alguna vez fuera periodista, se esforzó por mejorar las relaciones entre Estados Unidos-México, dejando un tema que desde entonces se trata de que sea su eje rector: en instruir a los cónsules norteamericanos radicados en México a abstenerse de cualquier intervención en los asuntos internos.
Un detalle interesante del diplomático en su actuar fue su gusto por conocer nuestras raíces tradicionales, folclóricas, culturales, le dio por recorrer los más bellos lugares de nuestro país. El político americano, dentro de sus memorias publicó un libro testimonial titulado: «Diplomático en mangas de camisa» (versión traducida al español por Salvador Duhart M.); que contiene aspectos sobre su misión en México, la relación con el presidente en turno, gobernadores, funcionarios y diplomáticos de nuestro país; la labor bilateral, y de paso sus viajes al interior de la república. Una joya testimonial. 1
Relativo a su agenda política y giras a la provincia mexicana, vale la pena indicar el viaje que hizo a tierras michoacanas acompañado por una gran cantidad de homólogos de otras naciones y que es un antes y después en la propia historia diplomática de Uruapan.
Justamente, la mañana del 15 de Octubre de 1935 arribaron a Uruapan en el famoso tren presidencial, el embajador de E.U. y su esposa, así como otros embajadores acreditados por el gobierno de Lázaro Cárdenas.
Cabe recordar que días antes, después de la ceremonia del Grito de Independencia celebrada en el Zócalo de la Ciudad de México, Cárdenas mantuvo una conferencia con la diplomacia donde ponía a disposición de los jefes de misiones extranjeras el tren oficial del estado mexicano para que se trasladaran a visitar todas las zonas del país y conocer su topografía, gente, tradiciones, pero antes que nada reconocieran sus problemas.
Al respecto, Daniels recuerda en su libro:
«Primero, dijo, con orgullo nativo, que deseaba que mi esposa y yo fuésemos huéspedes suyos, en su residencia en el Estado de Michoacán, el cual, según nos informó, tenía los lagos más bonitos y los paisajes más bellos de toda la república”. 2
De tal modo que, a invitación expresa, el 15 de Octubre del citado año fueron recibidos en la estación del ferrocarril por autoridades estatales y municipales, como el General Félix Ireta (responsable del viaje), el alcalde Leopoldo Arias Orozco, así como la sociedad y pueblo del municipio.
Para empezar y como era una tradición a los visitantes distinguidos se les ofrecieron unas canacuas (corona, en lengua purépecha) danza que fue representada en la mayor parte de la explanada de la Plaza Benito Juárez (hoy Plaza Morelos), en donde la gente de los barrios, la sociedad uruapense en general se sumaron al grato festejo. Incluso se utilizaron como graderío los escalones del Portal Mercado.
Siendo un tipo optimista, alegre y bullanguero, Daniels se incorporó al baile regional de las canacuas al lado de su esposa; ambos colocándose en la espalda la tilma y el ajuate regionales. Bailó y bailó, a tal grado que contagió a los demás embajadores, quienes también disfrutaron y se integraron a la danza michoacana.
La estancia del representante del gobierno norteamericano y demás diplomáticos de nuestro continente en la tierra del Cupatitzio fue una de las más recordadas, tanto para los diplomáticos como para el pueblo de Uruapan: se enamoraron de la Quinta Ruiz, visitaron la Quinta Hurtado, fueron a la fábrica de aguardiente La Charanda, propiedad de don Eduardo Chávez. Quedaron sorprendidos al ver caer el agua cristalina en esa majestuosa cascada llamada la Tzaráracua. El agasajo de la gastronomía fue parte del ofrecimiento del Uruapan hospitalario.
Uruapan era otro. Más provinciano. Los visitantes distinguidos tuvieron tiempo para participar en un torneo de basquetbol que se realizara el patio de la entonces Presidencia Municipal; es decir, la ex finca de los hermanos maristas, situada en la calle 5 de febrero, donde ahora está la escuela primaria Ignacio M. Altamirano. Fue un acto de hermanamiento, y más que una rivalidad natural por el juego, se registró un convivio que quedó por muchos años en la memoria de los vecinos de la localidad de aquella época.
Antes del regreso a la metrópoli, el pueblo y artesanos locales, por conducto de las autoridades municipales, les regalaron a todos los cancilleres: obras artesanales, guajes, jícaras y lacas que se fabricaban aquí, como un bello recuerdo de nuestras tierras.
En fin, el tour se había transformado en un gran encuentro inolvidable, marcado de bellos recuerdos para todos los representantes de la diplomacia internacional, quizá el evento más memorable por mucho tiempo, ya que nunca antes habían estado más de una docena de embajadores en nuestro pueblo de Uruapan, incluso hasta nuestros días.
Por cierto, el escritor Joseph L. Morrison señala en “Josephus Daniels-Simpático” que su interés de periodista en la gente mexicana fue evidente “(…) En todas partes de la escena mexicana buscó la confirmación de su propia trinidad de ideales: pequeña democracia, separación Iglesia-Estado y educación universal (…) simplemente se enamoró de México y de su gente. No es de extrañar que los mexicanos amaran a este embajador que no podía hablar español: él nunca tuvo que decir una palabra porque todo lo que él era estaba ya escrito sobre él”. 3
Casi para concluir, hablaremos de una anécdota curiosa y aunque no está relacionada con las canacuas, vale la pena mencionarla.
Se trata de un plan atribuido al diplomático norteamericano que llevó a cabo en su visita al vergel michoacano: resulta que astutamente Daniels en sus viajes a distintas partes del país, ya había encontrado la forma de «ganar adeptos» y “caer bien” a la gente• y funcionarios con que se relacionaba.
Su estrategia era por demás auténtica, por su interés compartimos el relato:
“La patita de conejo» que siempre llevaba fue mue efectiva (…) comenzó a darme resultados desde el primer año que llegué a México. Di con un plan original y osado del que me serví hasta que salí de ese país.
“Fue el de cargar conmigo siempre una patita de conejo como amuleto, la que invariablemente me trajo muchos regalos muy buenos. Comenzó así: a principios de 1933, al regresar del Colegio de Agricultura en Chapingo, invité al Secretario de Agricultura, Francisco S. Elías, y al señor Hubbard, a almorzar en la embajada. Durante el almuerzo, cuando servía naranjas el mesero preguntó al Sr. Elías «¿De dónde son estas naranjas? Le dije que no lo sabía, pero que eran naranjas de alguna parte de México.
– Creo que usted sabe ya que las mejores naranjas del mundo se dan en Sonora- Dijo el Secretario de Agricultura.
El Sr. Elías es oriundo de ese Estado y pariente cercano del General Calles.
– Dice usted que las mejores naranjas del mundo se dan en Sonora; pero sin querer ser descortés para un huésped mío, debo decirle que no creo una sola palabra de lo que dice.
Cuando se rehízo un poco de la sorpresa que le produjeron mis palabras, el señor Elías respondió:
– ¿No lo creé usted? Pues voy a mandarle un cajón de naranjas, para comprobárselo (…)
“Y así lo hizo y le escribí una carta agradeciéndoselas y advirtiendo de que su juicio era exacto, pues son espléndidas.
“Ese incidente fue para mí como un «ábrete-sésamo» para obtener otros regalos, muy distintos de las naranjas.
“Algún tiempo después, en 1935, hallándome en Uruapan, en un almuerzo ofrecido a los miembros del Cuerpo Diplomático, el alcalde de la ciudad, el Sr. Leopoldo Arias Orozco me preguntó:
– ¿Qué tal le gusta a usted nuestro café?
Yo tomaba en ese momento mi segunda taza y le contesté que mucho, pues estaba muy bueno.
– ¡Muy bueno! -exclamó sorprendido como si no se lo hubiera elogiado lo suficiente-
“Este café, señor mío, ¡es el mejor del mundo!, es tan bueno que en París lo usan para mezclarlo con café malo y hacer a este un poco más agradable.
“Por algunos minutos estuve hablando elogiosamente sobre el café de Uruapan, asegurando que ninguno había en todo el globo que fuera más agradable al paladar humano. Recordando el éxito que tuve al obsequiárseme un cajón de naranjas, le dije:
– Oigo bien lo que me dice usted, pero en verdad no creo una palabra.
“Antes de que pudiera ofenderse, le relaté el incidente que había hecho al Ministro Elías obsequiarme un cajón de naranjas para comprobar su aseveración de que las naranjas de su tierra son las mejores del mundo.
“El Alcalde de Uruapan me escuchó, pero no reveló el menor indicio de que había comprendido la indirecta. Me volví al tren en que viajábamos, creyendo que no había simpatizado al Alcalde mi aserto. Pero estaba equivocado. Cuando entramos en nuestro compartimiento del coche especial, mi esposa, a quien le gusta mucho el buen café, lanzó un grito de felicidad:
!Mira¡¡el Alcalde nos ha mandado cuatro sacos de café de Uruapan!
“Y este obsequio nos deleitó durante muchas semanas. Mi plan surtió tan bien sus efectos en otros lugares que hasta pensé patentarlo”. 4
Para concluir, la vez que se despidió de México, Daniels señaló durante una comida en la Secretaría de Relaciones Exteriores, el 7 de noviembre de 1941: «En esta época en que la humanidad se desplaza, en todas partes, hacia un sistema social mejor, es muy satisfactorio, que, como nunca antes en el pasado, los Estados Unidos de América y los Estados Unidos Mexicanos hagan frente a los cambios necesarios sin adhesiones serviles ni a los precedentes, ni a la tradición… Juntos, hoy en día contemplamos el camino real que conduce a condiciones mejores de vida, oportunidades más amplias, salarios más justos, alojamientos más decentes, la posesión de la tierra por mayor número de hombres que la cultivan ellos mismos, la educación generalizada, expresada materialmente por la construcción de miles de escuelas rurales, en donde se prepara a los jóvenes para una vida útil y el desempeño de sus obligaciones cívicas, la construcción de buenas carreteras y el ensanche de los proyectos de irrigación, todo ello robustecido por la libertad sagrada de pensar, de hablar, de escribir, de imprenta y de conciencia”. 5
Y por último, esta frase muy interesante en labios del embajador de los Estados Unidos: «Hay en cada generación hombres a quienes se tilda de extremistas y radicales porque no están dispuestos a vivir en un mundo estático». (Citado por Vicente Lombardo Toledano. En su libro “La Revolución Mexicana”). Pero esa es otra historia.

Referencias:
1. Daniels, Josephus. «Diplomático en Mangas de Camisa». Versión en Español por Salvador Duhart M., University of North Carolina Press, Talleres Gráficos de la Nación, México, 1949.
2. Bis.
3. “Josephus Daniels-Simpatico”, Joseph L. Morrison in Journal of Inter-American Studies, Vol. 5, No. 2 (Apr., 1963), pp. 277-289 (13 pages). Published By: Cambridge University Press.
4. Daniels, Josephus. «Diplomático en Mangas de Camisa»…
5. “Josephus Daniels-Simpatico”, Joseph L. Morrison in Journal…
6 Taracena, Alfonso. «La Revolución Desvirtualizada, Continuación de la Verdadera Revolución Mexicana», tomo III, B. Costa-Amic editor, México, 1966.

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