Serían las diez de la mañana. Habíamos vivido un viernes de órdago. Mucho “Ron Habana”, y hasta baile hubo pues los amigos habían celebrado con una fiesta multitudinaria su fin de clases en la universidad. La mañana olía a alcohol y tabaco. La boca seca cuál noria en el desierto. Estaba la carátula tirada en el suelo de uno de los trípticos del maestro cubano Silvio Rodríguez. Puse el disco y de él surgió una letra maravillosa: “Me decido a tararearte todo lo que se extraña desde el día en que partiste hasta el largo día de hoy”; la canción era “Tu Fantasma”. Los amigos compañeros de departamento fueron despertándose. Había hasta menesterosos de casa que pidieron asilo. La batalla había sido a todo fuego. Uno de ellos, emocionado hasta las lágrimas me decía: “que rola Raúl, que rola”, escuchábamos “La Gota de Rocío”, mi cuate estaba destrozado pues lo habían dejado.
La letra era un eco de sus suplicios matutinos de cruda y ausencia. Esa mañana escuché en ese tríptico una canción que me tocaba realmente: “Ángel para un Final”, una canción con una letra que es un poema de altura en la metáfora. Orgánicamente me llegaba: “Cuentan que cuando un silencio aparecía entre dos era que pasaba un ángel que les robaba la voz”. Silvio fue y es un referente generacional, un juglar poeta que nos llenó de sueños la cabeza, de ideales libertarios, de hondos besos a la amada, de bohemias interminables heroicas, de gastar papeles recordándote, de revivir madrugadas cuando aparece el misterio del amor, de enanitos con sus herramientas, de proteger y curar alitas de princesas, de buscar unicornios azules extraviados, de dar canciones y decir patria, porque qué cosa fuera la maza sin cantera. Ah Silvio, Silvio, vienes a México desde la osa mayor que corrige la punta de su cola, y yo digo ¿dónde fueron todas esas vivencias ochenteras? Abro la maleta y me doy cuenta que se están plasmando en el recuerdo de estas teclas que ahora escriben. Pd: Este escrito fue elaborado en una visita de Silvio a México y fue dedicado a todos esos que en la música de Silvio, Pablo y Amaury encontraron razones humanas de vida.
Raúl Adalid Sainz, Cd de México-Tenochtitlan
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