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Siente ¡qué vivos y frescos están tus sentidos en esta hora!

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Entrega tu labor; tu tela, tu ladrillo, tu cántaro o tu poema. Hoy no tienes más hora segura que la que pasa; no puedes contar sino con esos latidos de tu corazón, con este aliento que se exhala de tu boca, con la claridad de los ojos tuyos en esta hora. La muerte, tal vez, ya tiene tus pies dentro de su telaraña aterciopelada y blanda, y sube… y sube…
Y es que el pensamiento de que la muerte te espía, empinada por sobre tu cabeza, no te deje caer las manos, más bien te enardezca. Te hicieron un instrumento frágil y tu maravilla es esa misma fragilidad. Algunos árboles quintuplican su vida; pero a ti te han sido dados sólo unos días prodigiosos.
Siente ¡qué vivos y frescos están tus sentidos en esta hora! ¡Qué alegre va la onda de tu sangre del tronco a los brazos y llega a la punta de tus dedos que te ponen como temblorosos de ansia! Coge tu pañuelo o tu porcelana.
Apresúrate a dejar pintado el semblante de tu alma en la faena. No quedarán más retratos tuyos verdaderos que ése que haces sin saberlo en la firmeza del cañamazo que tejes o en la terca apretadura de tus ladrillos que vas cortando. Pintas el rostro de tu coraje, el perfil de tu voluntad, tu alabanza o tu frenesí.
En este instante no dejes que caiga en vano el sol sobre tu espalda; devuelve el soplo de viento, lleno de olores fértiles, que bebes delante de los surcos. Devuélvelo todo. Esta es la insigne cortesía del hombre hacia las cosas. Sé el que devuelve siempre, el que no hace trampas a la vida, el que recibe con una mano y está pagando con otra. El antiguo caballero era así; la mujer fuerte de la Biblia también. Devolvían, no hacían sino devolver.
Para hacer la silla donde se sentará tu madre tienes, carpintero, esta hora. Y tú, la tienes doncella, para llenar de lana la almohada del hermanito menor, donde dormirá acordándose de ti muchas noches. Y para enseñar en tu clase lo que quieres dejar hincado en la carne de la vida, maestra, tienes esta hora, la hora que pasa. ¡Mira si será maravillosa!
Es un hilo de tu sangre que está resbalando y que, lo gastes o no, te deja disminuido, menguado. Porque el tiempo, desde que nacemos, es una inevitable herida de traición que nos vierte gota a gota el pecho, como esos vasos que tienen hoy una grieta delgada.
Hoy toda la obra que viniste a haces está golpeando a tu pecho imperiosa. ¡Y no la sientes!

Gabriela Mistral, en “Lecturas para mujeres”.

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