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Mapeco: el día que el pueblo de Uruapan lloró su muerte

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* A su memoria, con motivo de su quincuagésimo aniversario luctuoso.

1970 fue un año lleno de notables acontecimientos en lo que habría de ser el inicio de una nueva década, al menos en Uruapan; concluyendo con dos noticias muy sensibles para el pueblo del vergel michoacano, ya que, por un lado el 19 de octubre, estando en Apatzingán, fallecía el General Lázaro Cárdenas del Río, gran estadista mexicano que tenía notable relación con el pueblo del Cupatitzio; mientras que el 30 de diciembre, después de un trágico accidente, en la carretera de Celaya, Guanajuato; moría el reconocido artista Manuel Pérez Coronado.
Sobre el triste acontecimiento que consternó a la comunidad cultural de Uruapan, Teresa Zaragoza en el semanario “Comentarios” (año IV, número 189, Uruapan, 3 de enero de 1971), en la sección: “TODOLOGIA” así refería al hecho:
“Duelo en la sierra, duelo en Uruapan: falleció el destacado artista uruapense; el amigo, el enamorado de la belleza: Manuel Pérez Coronado “Mapeco”, distinguido amigo de los indígenas. Descansará en el panteón para siempre junto al también destacado poeta Ramón Ortiz de Montellano, Monette”.
A la sazón, Uruapan lloraba por el hijo predilecto. Antes de llevarlo a sepultar, se le rindió un sentido homenaje en el interior de la Huatápera, dando abrigo a un postrer adiós al gran artista y limpio luchador de la clase humilde.
Pobladores, obreros, campesinos, escritores, pintores, maestros y periodistas, desfilaron ante el ataúd para mostrar guardia en señal de respeto y admiración a Mapeco.
Para el cortejo al panteón, la tarde del primero de enero de 1971, como solía hacerse en los sepelios, sus dolientes condujeron el féretro en hombros, recorriendo el tramo desde la Huatápera hasta cementerio, cargado por sus amigos y que era el camino final de su destino para reposar en el antiguo camposanto, yendo tras de él un conjunto de chirímias que con sonidos melancólicos le decían: “¡hasta pronto, hermano!”.
Ante la tumba que se ubicara al lado poniente de la entrada del panteón, y relativamente cerca Manuel Ocaranza, otro destacado artista uruapense; se dio lectura a poemas de Juventino Herrera, el padre José Zavala Paz y Teresa Magaña Méndez; y Alfonso Espitia a nombre del gobernador Servando Chávez leyó un profundo mensaje; asimismo intervinieron dos amigos de Mapeco: el escritor provinciano Tomás Rico Cano y el padre revolucionario Juvencio Méndez Peralta (1).
El mensaje de Alfonso Espitia, concretizaba palabras de la vida, obra y pensamiento del artista:
“Manuel, decía, luchó en consecuencia en el campo político, cuyos combates lo fortalecían. Tuvo enemigos, no como producto del odio personal, sino del fanático odio ideológico pues era muy claro y valiente cuando denunciaba y desenmascaraba los lobos y corderos que combaten los principios de la revolución, nunca fue un inválido y sabía golpear a toda la basura lacayuna que medra en la política y los pedantes y snobs del arte”.
“Pero si vivir es esforzarse. En tu inteligencia hay lealtad y salud moral para abrir caminos para los demás, llenándonos de promesas y posibilidades de Victoria”, sentenciaba.
El orador invocaba el pensamiento de Pérez Coronado, “para que cubra sus valiosos conceptos sobre los compromisos que tiene un artista con la colectividad que lo sostiene y su misión de despertar y comunicar sentimientos respondiendo a la realidad de México y el dominio sugestivo de todas las latitudes, como él lo pensaba en sus textos”.
Por su parte, las palabras del padre Méndez fueron conmovedoras ante la tumba del pintor, llenas de profunda sensibilidad:
“Manuel hermano, qué más puedo decir por siempre en estos supremos momentos de la separación física, que el canto lastimero, triste, suplicante y melancólico de las chicas buenas que tú me ayudaste a defender de la caterva como tú decías”.
“He aquí la supervisión más rebelde -refiere el padre de las Chicas Malas- y hoy vive aquel canto del que tú me dijiste: “es un grito de dolor y de protesta de un pueblo desganado que pide, siguen la paz y la justicia…Danos La Paz…damos La Paz”.
El sacerdote Méndez Peralta proseguía:
“Es la paz que ahora ya tienes y que te enviamos los que permanecemos en este maremágnum de envidia y egoísmo”.
Igualmente: “quiero reafirmarte en estos sagrados momentos que continuaremos tu lucha; que no daremos tregua a la injusticia y la explotación contra el humilde. Y que seguiremos empeñados en defender y rescatar el inmenso santuario de la naturaleza (se refería a los márgenes del río Cupatitzio, por las que Mapeco luchó y fundó un comité con el fin de que estas volviera a las ser del pueblo y no propiedad privada) en el que te extasiabas”.
Y a la par el padre michoacano le expresaba:
“Quiero reafirmarte y, además, decirte que no sentaremos en la guerra contra los hipócritas que, se paran en investiduras, posiciones opuestas para oprimir, para esclavizar; y que apuntaremos hasta las últimas consecuencias con tal de conseguir una sociedad donde en toda su estructura se fundamente en la dignidad de la persona, la igualdad de derechos y hermandad, o sea en el amor entre los unos y los otros”.
Al final de la intervención, el padre quiso despedirse de su amigo “con aquella canción que me decías que te producía un nudo en la garganta y que refleja tus sentimientos, tus anhelos, tus ideas, tus ideas que son las nuestras (…) en este momento, un coro religioso entonó la canción a la vida, que decía, entre otras cosas, así: “cuando salgo a la calle y veo sonreír a un niño, me pregunto por ti muchos hombres no ríen así…”.
Concluía el padre con saliéndole varias lágrimas en sus ojos: “no me queda más que decirte: descansa, hermano, pues te lo mereces, hasta pronto hermano…allá nos veremos., te prometo que venceremos en esta tierra…!”.
Otro gran amigo de Mapeco, su paisano, el escritor Tomás Rico Cano explicaba al hacer uso de la palabra ante el féretro del pintor, que primero había sido una nota periodística, “anteayer con que daba cuenta del terrible accidente y su muy delicado estado de salud de Manuel Pérez Coronado y de su señora esposa, la doctora Aurora Ruiz Germán y ayer a las primeras horas del día y estando en Morelia, la noticia fue rotunda y amarga: el miércoles 30 a las 10:00 horas dejó de latir el corazón juvenil y uruapense de Manuel Pérez Coronado, pintor, escritor revolucionario y gran amigo, esposo, padre, tío y hermano”.
Rico Cano se preguntaba:
“¿Es posible, admisible, razonable, humano, que mueras como has muerto; en esa edad, en esas circunstancias y con ese previsible futuro Manuel Pérez Coronado?
“¿No es para sublimar el espíritu, alterar el pulso y provocar blasfemias la muerte de un gran uruapense de dimensión nacional y americana?
“¿Por qué el destino se ha de empañar con los buenos, con los que valen y no con los perversos los mediocres, los vividores y traficantes?
El propio Rico Cano, se respondía: “¡no!, ¡no es posible! Tan sólo es una dura pesadilla que habrá de pasar cuando termine esta clara tarde uruapense”.
“Qué más quisiéramos, amigos y paisanos que está tremenda realidad, se evaporara por arte de magia; pero no, ahí está como grito de angustia, como denuncia y testimonio de la negligencia estúpida de un imbécil conductor de carretera, que quizás amparado con influyente credencial que le decían o muy convincente mordida al gente federal de tránsito. Unas luces artificiales, apagadas hicieron que se apagara, como se han apagado hasta este momento, ocho vidas humanas, muchos árboles de fresca sabía mexicana y de los cuales, para nosotros, el más valioso era el paisano y amigo Manuel; yo le decía “don Manuel” a pesar de nuestra gran amistad y afecto fraternales, amén de nuestras fundamentales coincidencias en pensamiento estético y revolucionario”.
Y continúa su mensaje dirigido a la familia, amigos y pueblo presente en el panteón municipal situado al sur de la ciudad:
“¿Cuándo lo conocí? no lo recuerdo ahora, pues fue en esta nuestra ciudad amada Uruapan en las riberas del Cupatitzio o subiendo a pie del cerro de la Charanda o yendo Jicalán o subiendo quizás a la humedad de las brisas del Baño Azul o la Tzararacua.
Incluso, “fuimos amigos y compañeros y cuates, a pesar de no vernos con mucha frecuencia. En los actos por la paz, o cuando combatimos en mítines nicolaitas, o en la mesa del poeta Martínez Ocaranza del portal Hidalgo en Morelia, donde nos encontrábamos muchas veces. También en los Corpus Cristi; en una fiesta de los pueblos tarascos te encontramos con mucha sonrisa, tu cara de adolescente y lápiz en el ristre, tomando ágiles apuntes precursores, motivo de la clausura de la feria que se organizada (1964) en homenaje a Tata Vasco en el V centenario de su natalicio, en Uruapan, anduvimos juntos todo ese día con banda, bailando por las calles y recibiendo pan moreno, frutas, ollitas de barro de las mujeres”.
Aunque aclara Tomás Rico Cano que “desde entonces no volvimos a verlo y a tener noticias directas de él; hasta ayer en la mañana con una tremenda y horrible información del pesar de su muerte y luego el desenlace trágico, lógico, acaso el temor de la misma tragedia griega; donde el destino debe cumplirse, es menos ingrato y ausente de protesta el dolor que desgarramiento, ¿y por qué? Curicaveri, Xaratanga, Quetzalcóatl, el Jehová israelita, o igualmente un Dios de los cristianos, que eran todo bondad y ternura”.
De la misma forma, “hoy sólo venimos a despedir al revolucionario, a cuya obra adquirirá dimensiones más altas cada día que pase y la cual debe ser cuidada debidamente y amorosamente por sus familiares, propietarios de cuadros, amigos y organismos oficiales”, abundaba el reconocido poeta, autor de “Fervor a Uruapan”.
Invitaba a “cuidarla mucho de la voracidad de los mercaderes hipócritas que se dan de golpes de pecho pero que son capaces de vender su alma al diablo si se les paga en dólares, o promueven hábilmente en la obra de Manuel. Hay que cuidar sus ensayos y sus poemas y a un distante ya, organizados publicarlos”.
“Ambas cosas, manifiesta el bardo, serán el mejor homenaje a su memoria, así como seguir su ejemplo de trabajo y de actitud. A este tenor, que los de Uruapan de verdad, según el entorno de sus tareas de mejoramiento colectivo y elevación cultural y artística de esta ciudad. Que una de las nuevas escuelas ya sea la de la Cuenca del Balsas cardenista, de la meseta tarasca, o algo de la región lleve su nombre; también una calle de su Uruapan amado (2), para que los niños al pasar por ella empiecen a leer y exclamen: la M de Manuel y Amor; la P de Pérez y Patria; y la C de Coronado, cariño y corazón”.
Y concluía con un sensible gesto en su rostro:
“Hoy, esta tarde del 1 de enero de 1971, ya inolvidable, al borde de su tumba amorosa tierra, pensé sólo en el recurso de mordernos los labios, disparar los puños, mentar la madre o rezar cristianamente, o derramar las lágrimas que consuelan y limpian.
“Por el brillo y la humedad de las lágrimas de mi esposa, yo a nombre de ellas, mis Guaches y a nombre también de la dirección, redacción y personal de los talleres Elite y La Verdad, te digo adiós Manuel, “nilla”, “nilla”; espérenos nada más un poquito y no muy tarde nos veremos; mientras tanto, nuestra firme promesa de guardar sus recuerdos eternamente y defender el pensamiento de su obra”.
Así se le despedía a ese gran talento uruapense que a través de su obra y enseñanza había trazado la figura excelsa del arte en su pueblo, el añorado pueblo de Uruapan, y otros pueblos michoacanos.
Medios impresos comenzaron a plasmar su sentir, la citada columnista local Teresa Zaragoza en el medio referido en los párrafos iniciales aseguraba que el hecho había sido sorpresivo, dicho en otras palabras: “la noticia fue tan brusca que me helo de sangre, consideraba imposible que Manuel nos dejara tan pronto. Imposible que su genio creador se derrumbara para siempre. Imposible que su cerebro en sus manos se paralizara indefinidamente, que sus pinceles fueran abandonados a temprana hora, que sus cuadros, sus proyectos, sus afanes se quedaran inconclusos y su gran corazón dejara de latir: ¿por qué Señor dispusiste las cosas en tal forma que Manuel resultó una víctima?”.
“Mi pueblo tiene que estar de duelo, porque se fue el pintor de sus paisajes, se apagó la llama que alimentaba la ilusión, tal vez era para que los niños descalzos chapotearan en las riberas del Cupatitzio”, agregaba.
De la misma manera, se cuestionaba: “¡quién recogerá tu herencia de pintar tan amorosamente con tan bellos y brillantes colores tus rincones provinciales!, las calles de sube y baja, ¿y los viejos paisajes de troja y acequia por en medio?, ¿y los paisajes tierracalenteños?, ¿y los paisajes serranos? Tu mano ha dejado de pintar y tu boca ha enmudecido; tu agilidad mental está en reposo, en ese reposo inexplicable para tu dinamismo y tu fogosidad”.
Y al final de su texto concluía señalando que “el arte ha perdido uno de sus mejores exponentes y Uruapan a uno de sus mejores hijos que le dio prestigio dentro y fuera de nuestras fronteras. Cuba, Guatemala y Europa lo conocieron como pintor y conferencista ya que supo captar los problemas sociológicos modernos en estos tiempos y exponerlos con su gran facilidad de palabra. ¡Qué descanse en paz!, sentimos la amargura de su ausencia. A su viuda, sus hijos y sus hermanos para quienes enviamos un abrazo que es pena y es dolor”.
A propósito, el sepelio se transmitió en vivo por la radiodifusora XEUF en voz de Pepe Rodríguez quien cubrió con atino el significativo acto. El pueblo estuvo atento a todos los movimientos que se hicieron en homenaje al gran artista mexicano que dejaba un lugar vacío en la vida cultural de la región.
Para concluir, cuenta el cronista J. Jesús Alejandre en una de sus anécdotas publicada en “Comentarios” (año XIII, número 614, 22 de abril de 1979) que cierta ocasión caminando por el Puente Juárez, ahí por donde están actualmente las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad, llevaban en marcha fúnebre a una persona rumbo al panteón municipal y que ante tal escenario recordó el día que también llevaran a su amigo, el pintor Manuel Pérez Coronado.
“Me acordé, comenta, de mi estimado y desaparecido amigo para siempre, pero imborrable en nuestro pensamiento y afecto, porque yo repetía en varias ocasiones unos mal formados versos que hice como despedida en mi futuro viaje póstumo”.
“Por cierto, que cuando acompañamos a nuestro gran amigo a su última morada, se hizo una breve pausa de algunos minutos al llegar a cruzar el Puente Juárez, con la intención de que nuestro Mapeco, le diera su último adiós al cantarino río Cupatitzio que tanto amó, ¡y así fue!”.

Notas:
1 El padre Juvencio Méndez Peralta fue un audaz sacerdote del oriente michoacano, que en Uruapan con un puñado de entusiastas monjas, emprendió la espinosa tarea de escapar de la prostitución a un gran número de mujeres, y llegó hacer el guionista de la película relacionada al rescate de las mujeres de la vida galante de esta ciudad, titulada “Las Chicas Malas del Padre Méndez”.
2 Justamente en 1972 la calle de Purépechas “llevó en lo sucesivo el nombre de Manuel Pérez Coronado”, de acuerdo con la aprobación del H. Cabildo Municipal encabezado el alcalde Francisco Solís Huanosto.

Texto, Sergio Ramos Chávez, Cronista de la Ciudad de Uruapan.

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