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DON LUCIO, DE LOS PERSONAJES PINTORESCOS DE URUAPAN

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Hasta en el poblado más pequeño de nuestro México existe siempre un personaje (y con suerte, varios) pintoresco, extravagante, dicharachero, que es el hazmerreír de los ciudadanos “normales” (y entiéndase por tales a quienes carecemos de rasgos de carácter que se parten de la medianía). El contraste mismo hace que celebremos la picardía y el ingenio de que hacen gala nuestros pintorescos vendedores ambulantes, el ejemplo más frecuente de esos personajes chuscos que todo mundo mira con afecto condescendiente.
El vendedor callejero en general, quienes se ganan honestamente el pan ofreciendo sus servicios –humildes y necesarios- como lustrar calzado, afilar cuchillos, etcétera, son personajes públicos tradicionales.
A pesar de que su presencia nos señala desigualdades que persisten y se hacen esfuerzos por erradicar, muchos de esos individuos llegan a ser entrañables, inseparables de la crónica popular en cualquier época.
Así pues, en Uruapan muchos recordamos a don Lucio, un simpático pregonero que recorría nuestras calles ofreciendo lo mismo cerdos que gallinas o guajolotes y tablas para la cocina; su mercancía era invariablemente de un calidad insuperable, de lo cual nos convencía con argumentos mercantiles que ya quisieran algunos publicistas que desperdiciaron años estudiando “Marketing” en la Universidad…
Les invito a disfrutar la amena descripción que hace de don Lucio y sus ocurrencias el Dr. J. Encarnación Chávez Sandoval, ufano propietario de la fotografía del susodicho (y de otros más por el estilo) que ilustra estas líneas:
Conocí a don Lucio a finales de los años 50 del siglo pasado: delgado, nariz aguileña, orejas prominentes, mirada pícara, siempre de sombrero. Se decía que su gran pasión (y causa de sus penurias económicas) eran las peleas de gallos.
Primero lo vi vendiendo puerquitos por las calles aún empedradas del primer cuadro de la ciudad; precediendo al vendedor, “la mercancía” trotaba entre chillidos y gruñidos acompañados de los anuncios voceados con un tonito malicioso: “Estos sí son finos, no tienen trompa…” mientras el marrano oliscaba los rincones con aquel hocico de por lo menos veinte centímetros de largo.
Aprovechaba las circunstancias del momento para reforzar la publicidad; así, en época de inscripciones escolares, los “comerciales” decían: “A esos ya los matriculé en Agrobiologíaaa, a ver si ahí sí se reciben…!”
Un día traía un puerco flaco, de esa extraña raza sin pelo y de color grisáceo que más parecía un perro Xoloixcuintle; éste era anunciado como convenía a su aspecto: “Este es de carreras, por eso lo ven tan esbelto…!”
A veces se permitía alusiones personales, lanzando puyas a ciertos caballeros no muy pulcros que pululaban en los mercados (en busca de alquilar sus servicios cargando bultos para los comerciantes fijos): “Vendo este cochinito…menos cochino que otroooos” mirando de soslayo a los sospechosos.
Uno más, para estimular a los criadores ahorrativos: “Este puerco come grava, come de todo, no le sale carooo…!”
A un cerdo éste sí exageradamente trompudo y flaco lo anunciaba así: “Este lo voy a vender por metro…!”
Tiempo después cambió de giro y se dedicó a la venta de tablas de fresno para picar en la cocina; para ello traía un montón de ellas en un costal terciado al hombro, y algunas muestras en la mano. De pronto hacía rodar una de aquellas tablas redondas por la banqueta para ilustrar la extraordinaria durabilidad del producto: “Estas se las pueden llevar rodando ida y vuelta a Tijuana y no les pasa nadaaa…!”
Cierta ocasión lo vi rodeado de curiosos que asistían a una de sus funciones más espectaculares en el Jardín de los Mártires; dejaba caer un montón de tablas con gran estrépito, anunciando: “¡Para que los señores tengan donde picar!” o “¡Para que las señoras le piquen las botanas a sus maridos borrachos; para que los señores coquetos no anden picando por ahííí…! ¡Para que les piquen la carne a los…señoreees!”
Como ofrecía tablas cuadradas y circulares para todos los gustos, las anunciaba así: “!No vayan a creer que hay árboles cuadrados…¡”
En abril de 1981 el Ing. Gabriel Chávez Sandoval captó perfectamente a don Lucio negociando una tabla de sus famosos “árboles cuadrados”, con una presunta picadora…Quienes lo conocimos aún lo escuchamos y nos sonreímos de sus ocurrencias.

Texto: Carlos García / Dr. J. Encarnación Chávez Sandoval.

* Publicado originalmente en la revista “Tiempo del Cupatitzio”, Uruapan, Mich., primera quincena de junio, de 2005.

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