Historia de MichoacánInformación General

URUAPAN, PREVIO AL 21 DE OCTUBRE DE 1865

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TOMADO DEL LIBRO.

LOS “MARTIRES DE URUAPAN, DEFENSORES DE LA PATRIA”

Del autor SERGIO RAMOS CHAVEZ.

18 y 19 de junio de 1865:

El Ataque y la Toma de la Plaza de Uruapan

Sobrevino los días 18 y 19 de junio de 1865. La ciudad estaba defendida por Francisco P. Lemus, comandante imperialista, identificado con los intereses de Maximiliano de Habsburgo, quien por su carácter y valentía era respetado por los republicanos.

Al no ceder ningún bando, los dos días que duró la batalla fueron tediosos incluso para el vecindario de la población, dando lugar a un escenario de acciones que a continuación se explican.

En el ataque, el Ejército Republicano, encabezado por los generales Vicente Riva Palacio y José María Arteaga, buscaba derrotar al gobierno de la prefectura de Uruapan.

La guarnición de la plaza se componía de por lo menos mil soldados. Para robustecer su defensa, los imperialistas y gente de la prefectura instalaron fortines y piezas de artillería en sitios bien ubicados del centro de la población.

Ya en la lucha, por varias horas los fuegos se cruzaron en tal medida que hacían prácticamente imposible la toma de la plaza por parte de la llamada contraguerrilla michoacana, la cual estuvo a punto de retirarse, pero de no haber sido por la brillante actuación del general Nicolás de Régules y el coronel José Vicente Villada, no se hubiera logrado el avance victorioso para los soldados mexicanos.

Al final de la contienda, la contraguerrilla pudo vencer a las tropas imperialistas que defendían la cabecera de la prefectura, o sea Uruapan, cuyo cuartel general se concentró en el templo viejo (hoy templo de San Francisco), el cual se convirtió en el espacio en que se desarrolló el último enfrentamiento.

Es decir, ahí se originó un combate cuerpo a cuerpo y al final fueron vencidos los imperialistas defensores de la ciudad, siendo aproximadamente a las 12 horas del día 19 ejecutados Francisco P. Lemus, Isidro Paz y Florencio Gutiérrez, ya que por pertenecer al bando intervencionista, se les tomó como traidores de la Patria, incluso al parecer también habían tomado parte en la muerte de Melchor Ocampo.

Para una mejor comprensión, adelante se escribe la reconstrucción de los hechos basada en la excelente descripción atribuida a Eduardo Ruiz, en su aportación escrita: “La Guerra Intervención Francesa en Michoacán”, obra que es punto de partida en gran medida para muchos trabajos ya publicados, incluso el presente.

A principios de junio de 1865, en la geografía michoacana, la lucha sostenida entre los republicanos e intervencionistas no se interrumpía, pues no acababan de tomar una plaza los primeros cuando las tropas liberales ocupaban otra.

En ese tiempo Uruapan estaba controlado por las autoridades emanadas del Segundo Imperio Mexicano, que encabezaba Maximiliano de Habsburgo, quien, a su vez, estaba bajo las órdenes de Napoleón III, rey de Francia.

Los “chinacos” como se les conocía a los republicanos, tenían meses buscando el momento de apoderarse de tan importante ciudad de la provincia de Michoacán, pues como se ha dicho en repetidas ocasiones el pueblo progresista era el lugar más estratégico de la región y uno de los que mejor se identificaba con la causa del gobierno juarista.

En las primeras dos semanas de junio, la población del vergel michoacano presentía que no tardaba en suceder algo en ese lugar.

El día 14, el general José María Arteaga había salido rumbo a Tacámbaro y ganó su primera jornada en Acuitzio. Al siguiente día se concentró en Quiroga; y el 16 ya se encontraba en Zacapu, plaza en la cual se le unieron los generales Garnica y Ronda.

En la última población, los espías del imperio previnieron a sus jefes del arribo de las tropas de Arteaga de las zonas de Zamora, La Piedad y Puruándiro.

Horas más tarde, ya en el día 17, el Ejército Republicano penetró en la obscura y profunda sierra de Zacapu.

En ese momento se ubicaban en el Rancho de Ojo de Agua del Pajarito, Nicolás de Régules y Vicente Riva Palacio, fue el momento en que acordaron marcharse a Uruapan.

El plan del bando republicano era enviar al vergel michoacano algunos exploradores, entre hombres y mujeres vestidos de rancheros, llegando a su destino en las primeras horas del día siguiente, es decir, el domingo 18 de octubre de 1865.

La ciudad se encontraba pues en posesión de los imperialistas. Los rancheros entraron a escuchar la misa y luego se fueron a comprar el recaudo a la plaza y los portales. Una vez ahí recabaron información sobre las fortificaciones que el gobierno de la prefectura ocupaba y posteriormente se condujeron rumbo a la Quinta, situada junto a la Rodilla del Diablo, hoy parte del Parque Nacional “Barranca del Cupatitzio”.

A las doce horas de ese día, el coronel Francisco P. Lemus y varios vecinos recorrieron las calles principales, pues estaban organizando la celebración de una pelea de gallos, uno de los mayores vicios del soldado imperialista.

Entretenido el pequeño contingente, no se percataron que los rancheros habían llegado a Uruapan para obtener datos de la plaza y luego llevárselos a los generales Arteaga y Riva Palacio.

Poco después uno de los aliados a la corona francesa, al bajar por unas cuadras de la calle de Santiago, hoy Emilio Carranza, gritó desaforado:

– ¡Ahí vienen! ¡Ahí vienen! ¡Son muuuchos!

Al enterarse Lemus sin gran preocupación mandó tocar “La Coronela”, como muestra del peligro inminente que se veía venir.

Para contraatacar a los famosos chinacos, uno de los ayudantes del prefecto de Uruapan, Isidro Paz, comunicó la orden de ir por vecinos y gente que entonces pasara, para encerrarlos en el atrio del templo viejo (hoy templo de San Francisco), a fin de que se incorporaran con o sin su voluntad, a la defensa de la plaza.

En tanto que, acompañado de 30 jinetes, Lemus se marchó hacia la Quinta para esperar el arribo de los chinacos.

Sin embargo, comenzó a llover y los michoacanos que luchaban contra el Segundo Imperio se retiraron de aquella zona del Poniente de Uruapan.

Por su parte, Isidro Paz y sus seguidores ya se encontraban listos para la lucha que se aproximaba. No pasarían ni unas horas para que pronto se realizara el ataque y la toma de la plaza.

Los traidores de la Patria buscaron defender la cabecera de la prefectura con una guarnición de 500 infantes, 200 caballos, 4 piezas de artillería y ubicaron a su gente en sitios estratégicos, utilizados como puntos fortificados.

El primer punto fortificado, y el que sería el lugar más reconocido de este hecho histórico fue el templo viejo y sus dependencias. Por el lado Norte se fijó otro punto, el Fortín de Rangel, precisamente en la casa del señor Ambrosio Madrigal, a la altura de donde actualmente se encuentra una casa de estudiante, otrora propiedad de la familia del destacado insurgente, Lic. José María Izazaga. (Ver croquis de ubicación).

También en la Manzana de Sierra (llamada así porque en ese lugar vivió la rica familia de don Antonio Sierra), a la mitad del entonces conocido Portal Norte (hoy Portal Antonio Florentino Mercado), habían dos fortines: el Fortín de Lemus, donde se ubicó el jefe de la guarnición, y el otro, en la esquina Noroeste, en la casa del prefecto, al que le pusieron Fortín Paz.

Y por último, en el parián viejo, localizado entre las dos plazas, la principal y la de Oriente, comunicado por medio de un camino descubierto.

Es preciso señalar que una de las 4 piezas de artillería estaba colocada en la puerta principal del atrio del templo viejo, y teniendo al frente la plazuela perteneciente a la iglesia, y que hoy conocemos como Plaza Mártires de Uruapan; la segunda miraba al ángulo de la plaza principal, hoy José María Morelos; otra más en la barda que cierra al Norte el perímetro de la parroquia, y la cuarta en el Fortín Lemus.

Desde este modo las fortificaciones estaban situadas adecuadamente, pues no se hallaba un solo espacio en donde no se pudieran cruzar los fuegos y por donde no quedaran los “chinacos” a pecho descubierto.

En resumen, se veía difícil que la plaza fuera tomada por los “zarragozas” -como los invasores extranjeros identificaban a cualquier soldado republicano.

Para iniciar la contraofensiva, Lemus acompañado de 30 jinetes llegó al camino que hoy conocemos como la Calzada Fray Juan de San Miguel, donde se puso el escudo de los republicanos, representados por los cuerpos de caballería del general Riva Palacio y Garnica.

Al ver la aproximación del enemigo intervencionista, el jefe Riva Palacio le gritó a Antonio Huerta, uno de sus compañeros:

-Huertita, escoja usted algunos amigos y salga al encuentro de Lemus, que de seguro es el que ahí viene.

Acompañaban a Huerta, don Rafael Aguilar y otros 20 oficiales procedentes de Coeneo, Michoacán.

El combate duró solo unos minutos, pero los suficientes para que en ambos bandos hubiera muertos y heridos.

Lemus retrocedió y los “zarragozas” o “chinacos” (como se les quiera decir), fueron tras él por la calle de Santiago, hoy Emilio Carranza, hasta el atrio del templo viejo, donde por segunda vez se enfrentaron.

Las lanzas estaban ensangrentadas, eran bastantes los imperialistas heridos, quienes trataban de penetrar por la puerta principal al templo viejo.

El prefecto Lemus, si no hubiera sido por un sargento que estaba a sus órdenes y cuidándolo, seguramente habría muerto.

Al final una gran cantidad de imperialistas resultaron heridos y otros muertos. Sin embargo a Huerta se le escaparon los traidores Margarito Cárdenas, Isidro Paz y tres oficiales más.

Ya dentro del punto fortificado, o sea en el templo viejo, Lemus lo único que pudo hacer fue animar a su gente.

Era la una de la tarde y varios republicanos se acercaban por las calles de algunos barrios de Uruapan.

Tres columnas de infantería marcharon a paso veloz y atacaron por las calles de San Miguel, hoy Juan Delgado; la de Santiago, hoy Emilio Carranza; al costado del templo viejo y la que desembocaba al ángulo sureste de la plazuela del templo viejo, hoy Plaza Mártires de Uruapan.

La lucha dejó muertos y heridos del bando republicano, entre ellos el coronel Félix Bernal, de Zitácuaro, quien antes de morir sólo pudo abrazar a Riva Palacio, el que se hallaba en la primera calle de Santiago; ante la situación aquél decidió que las columnas se retiraran. Pero, luego las columnas asaltantes ocuparon varias casas ubicadas en las plazas, se colocaron pelotones de soldados en los techos y en las ventanas, improvisándose pequeñas trincheras, y nuevamente regresó el tiroteo entre sitiadores y sitiados.

Era junio. Horas después comenzó a aparecer la lluvia. Había nubes gruesas y de vez en cuando se veían relámpagos y se escuchaban truenos. La ciudad se obscureció, se podía percibir un sentimiento triste que llegaba al alma del vecindario no era posible un enfrentamiento más.

Pero, la batalla no cesaba, el fastidio empezó a notarse entre los participantes tras permanecer en las trincheras, de ahí que algunos se atrevieron a salir, y después de un corto fuego volvieron a sus posiciones.

La pequeña tropa republicana que conducían los tenientes coroneles Pablo Jiménez y Andrés Huerta, atacó e incendió el Fortín Rangel, quedando libre para batir el lado Norte del templo antiguo.

Los tenientes coroneles combatieron desde enfrente el punto fortificado del templo. Hubo un encuentro en el cual los dos oficiales que mandaban los retenes más avanzados; uno de cada parte, buscaron cazarse el uno al otro. Atreviéndose a hablarse al tiempo que se disparaban.

En tanto, el general José María Arteaga por su personalidad y el estado de salud que presentaba, se cansó de ver la situación crítica ante la resistencia del traidor Lemus y temiendo que arribaran otros contingentes imperialistas a respaldar a dicho prefecto, pensó que no sería fácil ganar la plaza.

De ello habló con Riva Palacio, quien opinó que lo más probable sería retirarse de la ciudad, aunque antes celebraron una junta de guerra.

Eran las diez de la noche, el encuentro se realizó en una casa, a una distancia equivalente a una cuadra del templo viejo, donde se alojaba el general Arteaga, en la calle de San Juan, hoy Manuel Ocaranza.

Ahí se encontraban los generales Arteaga, Riva Palacio y Nicolás de Regules, quien dijo ásperamente, muy a su estilo de hablar, la forma en que se podía volver a atacar la ciudad, ya que éste general la conocía como la palma de su mano.

Arteaga no muy conforme y molesto por la propuesta de Régules, le preguntó con fuerza:

-¿Es decir que usted se compromete a tomar la plaza?

-Régules le contestó de manera franca:

-Sí señor, me comprometo.

-¿Y con qué responde usted?, le dijo Arteaga.

-Con mi cadáver, pues si no tomo la plaza será porque habré muerto.

No hubo más que hablar, de ese breve diálogo, Arteaga dejó en el mando de la División a Régules y a su vez Riva Palacio y demás ayudantes de su cuartel general, se lo comunicaron a todas las tropas.

El nuevo encargado de la División, se marchó rumbo al sitio donde se ubicaba el grueso de la infantería. Tomó los pequeños batallones de los comandantes Jesús Villanueva y José María Macías, y rodearon las calles 1ª y 2ª de San Francisco, hoy Alvaro Obregón; hasta entrar juntos por el lado Oriente de la Huatápera y la manzana de al lado en la que -como se sabía- estaban los fortines “Lemus” y “Paz”. Esa zona de las fortificaciones resultaron ser vulnerables y ahí dejó Régules a tales jefes.

Con decisión el comandante Villanueva desalojó a los defensores del Fortín Paz (localizado, como se dijo, en una casa del ahora Portal Alto) e incendió ese fortín, finca que era propiedad de don Isidro Paz.

El otro comandante, José María Macías partió para atacar un retén que estaba en el extremo opuesto del portal y que trataba de prender la casa del amigo de Benito Juárez, el liberal don Ramón Farías, lo cual no se pudo pues un capitán del imperio arriesgando su vida, sofocó las llamas.

Mientras esto ocurría, Régules con su reducido Estado Mayor recorrió la línea y planeó las 7 columnas de ataque:

1.- El coronel José Vicente Villada, se encargaría de acometer por el lado Sur de la plaza principal, hoy Plaza Morelos, el camino cubierto y el Fortín Lemus. Esta columna se ubicó en la manzana de enfrente, o sea en el Portal de los Gutiérrez, hoy Rafael Carrillo.

2.- Con el fin de atacar la parte sur de la plazuela del templo viejo, el coronel José María Hernández, se ubicó en la casa de la esquina de San Juan y el Portal de los Gutiérrez, hoy Manuel Ocaranza y Portal Carrillo, respectivamente.

3.- El teniente coronel Felipe Montenegro, para atacar la plazuela mencionada, se fijó en la casa de la esquina Norte de la calle de San Juan y Portal Hermenegildo Solís, llamados ahora calle Manuel Ocaranza y Portal Gordiano Guzmán.

4.- Por su lado, el teniente coronel Luis Carrillo, atacó el costado derecho del templo para lo cual se ubicó en el Mesón Morelos, lugar histórico durante la Guerra de Independencia al ser en ese sitio en donde se redactó gran parte de la Constitución de Apatzingán de 1814, y que es una finca que ahora pertenece a la Avenida Ocampo.

5.- Para asaltar el lado Norte del templo, el coronel Pablo Jiménez se colocó en la casa del señor Equihua, situada en la primera de la calle Real, hoy Avenida Independencia.

6.- Como se dijo, el comandante Villanueva ocupó la parte Norte del Hospital de Indios o Huatápera y logró destruir el Fortín Paz.

7.- Y, por último, Macías posicionado al Sur del Hospital, combatió el Fortín Lemus.

Además de los lugares enumerados, se puso otra pequeña columna compuesta por cuerpos de infantería dirigidos por el coronel Andrés Huerta y los comandantes Genaro Román y Pablo Conejo. Esta columna actuaba a las órdenes inmediatas del general Régules.

En cuanto a las 4 piezas de artillería, se dividieron entre Villada, Montenegro, Jiménez y el comandante Martiniano León.

Ya establecidos, cada uno de los jefes de columna se situó en su posición.

Villada se ubicó en la casa del profesor Juan Gil, a más de 40 metros de distancia del parián nuevo y del camino cubierto que era protegido por los imperialistas.

La lucha seguía. Villada arrancó el ataque cerca del parián. Atrincheró por la puerta las dos tiendas laterales del zaguán y aspilleró las paredes; en el pasillo del zaguán hizo una pequeña trinchera de adobes tomados de un horno que estaba en esa propiedad y colocó en ella la pieza de artillería. En esos instantes llegaron Arteaga y Riva Palacio. El coronel los invitó a pasar y les dijo que esperaran hasta ver disparar el primer cañonazo.

Pronto, al terminar de construir la trinchera, ordenó abrir el zaguán, disparó el cañón, y viendo que los que defendían el camino cubierto, huían de la metralla, lanzó sobre ellos un piquete de infantería que tuvo que regresar porque el prefecto Lemus, con una fuerza de dragones a pie, los obligó a retroceder.

Al separase Arteaga, recomendó a Villada que siguiera las instrucciones de Régules. En consecuencia, aquél solo siguió el tiroteo, disparando de vez en cuando la pieza de artillería, abriéndose a veces el zaguán.

Algo parecido hacían como táctica los jefes de las demás columnas.

En esos momentos ya se podían ver los agujeros hechos por las balas en las puertas del atrio del templo viejo y en todas las casas ocupadas por los combatientes de los dos bandos. Había concluido la lucha del día 18.

Amaneció el siguiente día, la lluvia se había alejado. El cielo estaba limpio y transparente y el sol brillaba a su máxima expresión. Sin embargo, el combate no cesaba. Sitiados y sitiadores continuaban en sus sitios.

Como a las 8:00 de la mañana, Régules caminado con cuidado recorrió la línea y le dijo a Montenegro:

-¿Güerito, ya sabe usted cuál es la señal?

-Sí, mi general estoy pendiente de ella. Contestó Montenegro.

-Pues bien, en el acto dispara usted su cañón y al frente de su columna se va tras la bala. Le respondió de Régules.

-Con ella me meteré.

-Al oír la señal me toma usted el parián y el camino cubierto, y asalta la puerta del atrio que cae para la esquina. Fuego graneado sobre lo que se presente por delante, aunque sea yo mismo, advirtió.

– Sí, ya comprendo general, entraremos juntos por ese lado.

Olvidaba decir que Régules les ordenó a los demás jefes acciones parecidas a las emprendidas por Montenegro. Lo único que les pidió fue que no se movieran de sus puntos hasta la hora de la señal, cuando oyeran o vieran cualquier detalle por notable que éste fuera.

Pasaron poco más de dos horas. Villada a las 10:30 de la mañana atravesó solo, paso a paso, desde la esquina de San Francisco, hoy Alvaro Obregón, hasta el Hospital, en medio de la lluvia de balas que le disparaban desde el parián nuevo y el Fortín Lemus.

Minutos más tarde, a la cabeza de los batallones de los republicanos Villanueva y Macías, cruzaba el callejón del Hospital de indios (Huatápera), e iba rumbo a la manzana de Sierra (ahora calle Corregidora, García Ortiz, Portal Alto y Vasco de Quiroga) y caía sobre el Fortín Lemus.

La batalla fue muy reñida. Era un choque cuerpo a cuerpo. Los pocos defensores del punto que sobrevivieron se replegaron. Por su parte, el Régules ubicó a la tropa de Villanueva en el tapanco de las casas fronteras al templo, dominando así a los que defendían el atrio.

En cuanto a Lemus, éste buscaba reorganizar una columna para ir a recobrar la manzana de Sierra, de repente repicaron las campanas del Hospital de indios, y tronaba a media plaza el cañón del sitiador Martiniano León.

En seguida salieron columnas de ataque de las casas del perímetro de las dos plazas. Unos soldados emprendían fuego al enemigo y otros apoyaban situados detrás de los muros de las fincas.

Montenegro entró al atrio tras la bala de su cañón. Villada atravesó el camino cubierto, arrollando al enemigo, y se unió a Régules para entrar al atrio.

Detrás del templo aparecieron los soldados de Pablo Jiménez; por el costado los de Luis Carrillo. Toda la infantería de los republicanos estaba dentro del recinto amurallado. Las caballerías se desplegaban hacia dos plazas. Eso era síntoma del triunfo republicano, es decir, nuestros defensores.

Lemus se replegó al interior del templo, pero con él entraron sus enemigos, los chinacos. En el interior se oían disparos por todos lados, más de mil fusiles fulminaban los fogonazos entre la nube negra de humo, en el fondo de la cual se veía la vislumbra de las bayonetas. Fue algo terrible, se tropezaban los combatientes entre los cadáveres. Por fin, los imperialistas abandonaron el templo, huyendo por la sacristía, solo quedó al pie del altar mayor, el cura don Francisco García Ortiz, rodeado de la tropa desenfrenada.

El final del combate se verificó en el patio de la Casa Cural (hoy Casa de la Cultura), más de 400 imperialistas se agruparon sin escapatoria, las soldaderas gritaban y gemían desoladas; algunos clarines tocaban parlamento, Lemus y otros oficiales de su lado no se doblaban, querían continuar la lucha; inclusive los republicanos pudieron haberlos ametrallado a mansalva, pero prefirieron hacerlos prisioneros.

Al poco rato, el coronel Ignacio Zepeda recibió la orden de levantar el campo. Todas las pertenencias, objetos, animales y demás cosas de los imperialistas pasaron a poder de los republicanos. La batalla concluyó a las 12 del día de aquél 19 de junio.

Los 500 prisioneros fueron conducidos a la plaza principal, hoy Morelos, (donde tres décadas después de este hecho se edificara el kiosco); y presentados al general Arteaga. Los vencedores solicitaron justicia y muerte a los traidores de la Patria. Pedían que se ejercieran represalias por las víctimas republicanas caídas en las plazas de Morelia, Zamora, Pátzcuaro y demás ciudades que habían sido tomadas por los imperialistas y sus aliados.

Alguien de la bola, señaló que Francisco de P. Lemus pertenecía al cuadro que había asesinado años atrás a don Melchor Ocampo, es más otros opinaban que la cruel persecución a muchos liberales durante la Guerra de Reforma, se debía a gente como el prefecto traidor.

Entonces muchos reclamaron venganza. Los jefes de cuerpos acaudillados por el general Méndez Olivares, pidieron que se fusilara a Lemus, Isidro Paz y a Florencio Gutiérrez, pues eran tres aliados y traidores de la Patria y quienes se habían pronunciado en contra del gobierno del licenciado Benito Juárez en esta plaza y en la de Parácuaro.

A pesar de que el coronel Villada opinaba diferente, al quererlos perdonar, el general Arteaga, pronunció la orden de pasarlos por las armas.

De esta manera fueron fusilados los tres hombres. Los llevaron al Portal de Norte, hoy Portal Alto, Gutiérrez y Paz fueron conducidos al extremo oriente y se les notificó la sentencia. El primero murió como un valiente y Paz pedía perdón y hasta daba dinero porque no lo mataran. Al final murió de manera cruel.

Mientras que, el otro preso, Lemus, fue llevado al otro extremo del Portal de Norte, y donde luego de decir sus últimas palabras: ¡Perdóname, Dios mío!… murió acribillado.

También, por una supuesta conspiración con los intervencionistas, estuvo a punto de ser fusilado el padre Panchito García Ortiz (hoy una calle del centro de Uruapan lleva su nombre), si no es porque todo se aclaró, al saber que el cura era el único sacerdote evangélico incapaz de ayudar a la monarquía.

Villada fue uno de los que se opusieron a pasar por las armas al padre García Ortiz y de esta manera Arteaga lo dejó libre.

Al caminar el cura, iba tembloroso y no sabía hacia dónde dirigirse, el templo y el curato estaban llenos de cadáveres. Fue en la casa de don Toribio Ruiz, padre del Lic. Eduardo Ruiz, donde se instaló el religioso, sitio ahora en donde se encuentra una tienda de ropa, a la mitad del Portal Mercado.

Al final de la lucha se supo que de una y otra parte murieron en el Ataque y Toma de Uruapan, más de trescientos hombres.

De esta manera, la guerra de Intervención Francesa seguiría hasta 1867. Dos fechas llenarían de lágrimas a los republicanos. Días después del enfrentamiento descrito, el día 23 de junio de 1865, sería asesinado salvajemente Manuel García Pueblita, por los imperialistas y el 21 de ese año, fusilarían a los que hoy conocemos como los Mártires de Uruapan

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